Hay muchas formas de tomarse un despido. Walter Powell, por ejemplo, optó por la venganza. Despedido en 2009 de la agencia antidroga del ayuntamiento de Baltimore (Maryland, Estados Unidos), este informático de 52 años aprovechó que su contraseña todavía estaba activa para acceder al sistema de su empresa durante 32 días y provocar el caos en los ordenadores de los empleados.
Con el tiempo libre que da el paro, Powell se dedicó a entrar en las cuentas de correo de sus compañeros de trabajo y reenviar mensajes de un empleado a otro. El contenido de estos mensajes se desconoce, pero no es descabellado suponer que era poco amable. Para subir el listón, pasó a escribir e-mails como si fuera el presidente de la empresa, y a mandarlos a todos sus contactos. Como la agencia es pública, entre ellos había muchos mandatarios de esta ciudad del sur de Estados Unidos.
Pero su verdadero golpe de efecto llegó después, en plena reunión del presidente con varios altos cargos del ayuntamiento. Como es normal en estos casos, el jefe estaba usando una presentación en PowerPoint para explicar los progresos de la agencia. De repente, el ordenador se apagó por sí solo y se volvió a encender. Y, donde antes había una diapositiva proyectada sobre una pantalla de metro y medio, apareció una mujer desnuda. Una gamberrada clásica. Memorable. Ilegal.
La agencia no tardó en identificar a Powell como el culpable de todo lo que había estado pasando en sus oficinas, y lo denunció. Esta semana, ha sido sentenciado a tres años de libertad provisional y a cien horas de servicio comunitario.
Pero aquí no acaban sus problemas. Cuando la policía entró en su casa el año pasado para recabar pruebas de que había estado hackeando los ordenadores de la empresa, encontró una serie de pistolas y silenciadores caseros escondidos. Hasta que las autoridades terminen de aclarar qué hacían tan escalofriantes objetos en casa de un informático de mediana edad, Powell dependerá de lo que decida un tribunal federal de Estados Unidos.
Con el tiempo libre que da el paro, Powell se dedicó a entrar en las cuentas de correo de sus compañeros de trabajo y reenviar mensajes de un empleado a otro. El contenido de estos mensajes se desconoce, pero no es descabellado suponer que era poco amable. Para subir el listón, pasó a escribir e-mails como si fuera el presidente de la empresa, y a mandarlos a todos sus contactos. Como la agencia es pública, entre ellos había muchos mandatarios de esta ciudad del sur de Estados Unidos.
Pero su verdadero golpe de efecto llegó después, en plena reunión del presidente con varios altos cargos del ayuntamiento. Como es normal en estos casos, el jefe estaba usando una presentación en PowerPoint para explicar los progresos de la agencia. De repente, el ordenador se apagó por sí solo y se volvió a encender. Y, donde antes había una diapositiva proyectada sobre una pantalla de metro y medio, apareció una mujer desnuda. Una gamberrada clásica. Memorable. Ilegal.
La agencia no tardó en identificar a Powell como el culpable de todo lo que había estado pasando en sus oficinas, y lo denunció. Esta semana, ha sido sentenciado a tres años de libertad provisional y a cien horas de servicio comunitario.
Pero aquí no acaban sus problemas. Cuando la policía entró en su casa el año pasado para recabar pruebas de que había estado hackeando los ordenadores de la empresa, encontró una serie de pistolas y silenciadores caseros escondidos. Hasta que las autoridades terminen de aclarar qué hacían tan escalofriantes objetos en casa de un informático de mediana edad, Powell dependerá de lo que decida un tribunal federal de Estados Unidos.
Fuente: yahoo
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